“Django Desencadenado” es, para decirlo de forma simple y concreta, Tarantino
en su más depurada y obscena expresión. Cínica. Desenfadada. Escandalosa. Desinhibida.
Genial. Es, en resumen, una historia repleta de personalidad cinematográfica en
la que su director hace, sencillamente, lo que le da la gana.
Esta, sin duda, es la mejor forma que encuentro para resumir lo que
significó para mí esta gran película vanguardista, con clara esencia de Comic,
que nos traslada a 1858, un poco antes de la Guerra Civil de los Estados
Unidos, para contarnos la historia de Django, un personaje único y
profundamente complejo.
Como he escrito en otras oportunidades, pienso que el buen cine, ese
que se queda en la memoria y en el alma de la gente, es aquel que se desborda
de personalidad, que cuenta historias extrañas, fascinantes, diferentes y,
sobre todo, que nos presenta ficciones memorables. Todo esto, sin duda, podemos
vivirlo y sentirlo en “Django Desencadenado”.
Estamos hablando de lo que yo llamaría una película “redonda”. Una producción
que cuenta con un elenco de lujo (Jamie Foxx, Leonardo Di Caprio, Christoph
Waltz y Samuel L. Jackson), con excelentes interpretaciones, con un guión muy
original, con una fotografía de gran nivel, con una musicalización de esas que
marcan la diferencia y, además, con una colorida personalidad cinematográfica:
la de Quentin Tarantino.
Así, “Django Desencadenado” obtuvo cinco nominaciones para la
octogésima quinta entrega de los premios Óscar: Mejor Película, Mejor Actuación
de Reparto (Christoph Waltz), Mejor Guión Original, Mejor Edición de Sonido y
Mejor Fotografía.
De estas cinco nominaciones, pienso que la más vulnerable es la de
Mejor Fotografía, no porque no haya logrado un trabajo impecable
fotográficamente hablando, sino porque “Life of Pi” y “Lincoln” la superan de
forma evidente. Esto sin contar con Anna Karenina y Skyfall, las cuales aún no
he visto.
De resto, esta historia se dará el lujo de contar, para este próximo
24 de febrero, con cuatro grandes posibilidades de obtener los premios más
importantes del mundo del cine.
En principio, Christoph Waltz
podría perfectamente llevarse el Óscar a Mejor Actor de Reparto luego de
regalarnos una brillante interpretación de este “cazarecompensas” que se cruza
en el camino de un esclavo llamado “Django” a quien decide dar la oportunidad,
no sólo de ser libre; sino, además, de recuperar al amor de su vida.
Christoph Waltz, sin embargo, no la tendrá nada fácil, pues compite en
lo que, a mi parecer, será una de las categorías más reñidas de este año. Sus
rivales (nada más y nada menos): Alan Arkin, Robert De Niro, Philip Seymour
Hoffman y Tommy Lee Jones.
Por otro lado, “Django Desencadenado” podría ganarse el Mejor Guión
Original, con esta historia sorprendente, aunque tendrá que medirse con guiones
impecables como, por ejemplo, el de la obra maestra austríaca “Amour”.
También podría llevarse el Óscar a Mejor Edición de Sonido, sobre lo
cual debo destacar el recurso magistral que utiliza Tarantino al cortar (o
interrumpir) las canciones de forma inesperada, en momentos no tradicionales, dejándonos
en tensión cuando menos lo imaginamos).
Igualmente, sobresale el efecto de sonido de la sangre en las escenas
finales. Uno siente que la sangre, aunque parezca imposible, suena diferente al
agua, o al café. Hasta eso logra Tarantino quien, además, llega a musicalizar
la cinta con un Rap, burlándose de todos nosotros, como diciéndonos: “No
importa que estén viendo una historia del siglo XIX, yo quiero poner un rap,
que es la música que me conecta con la raza negra, y listo”. De nuevo,
Tarantino hace lo que le da la gana. Y, lo peor del caso: lo hace fabulosamente
bien.
Finalmente, la historia de este “hombre desencadenado” tiene todos los
elementos para llevarse el premio a Mejor Película del año, aunque la verdad no
creo que suceda. Y no es que no lo crea porque no lo merezca, sino porque al
menos dos de sus contrincantes se perfilan de forma contundente para llevarse
ese Óscar.
Algo que me sorprendió sobremanera, luego de haber visto esta gran
producción, es que Tarantino no haya entrado en el grupo de los cinco “mejores”
directores del 2012. Están Spielberg, Haneke, Zeitlin, Lee y Russel. Pero Tarantino
no está. Pienso que este año La Academia, de forma inmerecida, se lo saltó.
En “Django Desencadenado” resaltan todo tipo de pinceladas Tarantianas.
Mencionaré tan sólo cinco de ellas, para defender mi respaldo a este director
loco que ha parido el cine. Huellas digitales de su autoría que imprimen un
sello indiscutible y comprueban su paso por el set.
1. Los “zoom in” y “zoom back”, por ejemplo, (provenientes del Comic)
que le dan carácter y personalidad a la pieza.
2. La tipografía roja y gruesa, repleta de informalidad, que utiliza
desde los créditos iniciales, pasando por los anuncios a mitad de película y
hasta llegar a los créditos finales.
3. Los personajes. Diferentes. Caricaturescos. Hiperbólicos. Rayando
siempre en lo inverosímil, pero dándose el lujo de no llegar a serlos del todo,
jamás.
4. Las escenas sangrientas (a pesar de que ya todos estamos prevenidos
y esperándolas, porque sabemos bien quién es Quentin Tarantino). El rojo
intenso nos hace recordar a Pulp Fiction, y a Kill Bill. Llegamos al punto de “deleitarnos”
en un plano detalle donde unas flores impecablemente blancas se manchan de
sangre luego de un disparo certero.
5. El tratamiento psicológico que desarrolla Tarantino con sus
personajes, quienes “cumplen” un papel dentro del papel mismo que están
cumpliendo como actores en la historia.
Tarantino, en este sentido, plantea una suerte de Metaficción, o
Metateoría, parecida a la que alguna vez nos regaló Leonardo DiCaprio en “Catch
me if you can” donde, a medida que transcurría la película, él iba cambiando su
papel dentro del papel que cumplía de ser actor de una película. Un círculo
infinito. Una “Banda de Moebius”.
Este, sin lugar a dudas, es otro gran acierto de Tarantino en “Django
Desencadenado”, donde se da un juego más allá del juego (o metajuego) entre el
histrionismo de los personajes y el histrionismo de los actores.
Django era Django (un esclavo declarado libre), pero también era un
esclavista jugando al papel de indolente para fingir frente a los blancos y así
pasar “desapercibido”. De hecho, su compañero le dice “Creo que te has metido
demasiado en tu personaje”, lo cual habla de una metateoría evidente y casi
maquiavélica.
Es tanto lo que Django se involucra con su personaje que, aún
pudiéndolo evitar, permite que cinco perros devoren a un negro esclavo que bien
pudo haber sido él. Igualmente sucede con el “cazarecompensas” quien, a pesar
de ser un insensible mercenario, juega al papel de querer comprar un luchador
sólo para rescatar a una mujer negra.
En palabras llanas, y siendo muy honesto con lo que pienso, Tarantino
es un sádico del cine que logra lo que muy pocos han logrado: ir siempre un
poco más allá de nosotros. Pero, además, y por encima de todas las cosas,
Tarantino logra desligar la vida del arte y el arte de la vida.
Esto me hace recordar a tres grandes escritores que expresaron en la
literatura lo que Tarantino lleva a la gran pantalla: el desligar la vida del arte
y el arte de la vida. Todorov dijo alguna vez: “La mierda escrita no hiede”.
Porque nunca será lo mismo lo que vemos en nuestra realidad que aquello que
imaginamos en la realidad del arte.
Por su parte, Óscar Wilde, escribió alguna vez: “Los textos no son
morales, ni inmorales. Están bien o mal escritos”. Porque de eso se trata el
arte: de formas… formas que pueden o no ser hermosas, y esa hermosura es
medible por ser humanos imperfectos y cambiantes.
Finalmente, el Marqués de Sade lo demostró en toda su literatura
erótica, rechazando que lo culparan de inmoral por aquello que sólo era tinta
en un papel. Estuvo preso por recrear historias diferentes, inéditas,
escandalosas, pero que sólo pertenecían al espacio del arte…
En lo particular, considero que esta película es una joya moderna. La
recomiendo ampliamente. Quentin Tarantino juega con nosotros durante dos horas
y cuarenta minutos, para dejarnos al final con una extraña sensación de
satisfacción y placer.
Tanto es así que, antes de despedirnos, él mismo se viste de personaje
e interpreta un papel en la historia. Pero, ¿qué hace Tarantino ahí, actuando en
su propia película? Muy sencillo. Además de llevar a los esclavos en su
carruaje, él lleva la historia en sus manos y con ella, en pocas palabras, nos
lleva a nosotros también, por los caminos que mejor le parece, haciendo
literalmente lo que le da la gana con nosotros.
Ahora bien, antes de cerrar estas líneas, se me antoja una última
pregunta: ¿Qué demonios representa Django? ¿Qué nos trata de mostrar este
Tarantino todopoderoso al presentarnos la vida de este negro en tiempos de
esclavitud, que un buen día recibe la libertad y, con ella, el ímpetu y la
valentía para cambiar la historia de los hombres? ¿El poder “negro” en un mundo
cambiante? ¿La reivindicación de una raza menospreciada y vulnerada por siglos?
¿La libertad? ¿La emancipación?
No lo creo. La verdad, intuyo que se trata de algo mucho más sencillo
y mundano. Tal vez, simplemente, Tarantino sólo quiso jugar con nosotros un
rato y, así, la película no es más que una expresión lúdica de un genio, muchas
veces incomprendido, del cine norteamericano. Tal vez esta película no se trate
sino, tan sólo, de un Tarantino en su más depurada y obscena expresión.