miércoles, 30 de enero de 2013

“Zero Dark Thirty” - La noche más oscura.


Cada vez que me enfrento a una nueva película me veo en la espontánea e indefectible obligación de  relacionarla con otras historias de su mismo género que he visto con anterioridad y que, de una u otra forma, han influido en mi manera de entender el cine.
Este es el caso de “Zero Dark Thirty”. Una película que figura en este 2013 con cinco nominaciones al Óscar: Mejor Película, Mejor Actriz Principal, Mejor Guión Original, Mejor Edición y Mejor Edición de Sonido.
Una película que, muy a pesar de sus cinco nominaciones, y para ser muy honesto desde el propio inicio de estas líneas, se me antoja insuficiente y desmerecida para estar en el “cuadro de honor” de la industria del cine de los Estados Unidos. Una historia que, en lo particular, no considero que esté a la altura de sus contrincantes.
No se trata de que la película no me haya gustado. Para nada. Muy lejos de ello, la recibí como una historia interesante, que nos atrapa por ratos y nos sumerge en el “secreto” mundo de la investigación y la persecución de los terroristas y criminales más buscados del planeta.
Sin embargo, no puedo pensar en esta película sin recordar inmediatamente “The Hurt Locker”,  la ganadora del Óscar en el año 2008. Apenas terminé de ver “Zero Dark Thirty” decidí buscar en Internet para confirmar lo que ya temía. Era un hecho: ambas películas fueron escritas por Mark Boal y dirigidas por Kathryn Bigelow. Eran, desde mi humilde punto de vista, exactas en estructura narrativa, en ritmo y en alma.
En aquel entonces, Kathryn Bigelow nos presenta, con una dirección lenta y hasta tediosa, la historia de un “desarmador” de bombas en pleno conflicto bélico en Kuwait. Cuatro años más tarde, esta misma cineasta regresa y nos muestra la historia de una mujer que, en pleno conflicto bélico del Medio oriente, decide entregarle su vida a la búsqueda de Osama Bin Laden. Mejora en ritmo. Pero su estilo no se pierde, y vamos tratando de seguirla hasta que nos muestra lo que ya sabíamos que sucedería: el hallazgo del mayor terrorista de todos los tiempos.
En ambas películas prevalece la perspectiva de la mujer en la guerra. Y creo que eso fue, precisamente, lo que en el año 2008 premió la Academia. Sin embargo, considero que el cine es mucho más que eso.
Los premios, como el Óscar, deben ser dirigidos a quienes deciden cambiar estructuras, marcar pautas y dejar huellas. Y en el 2008 estas tres premisas fueron alcanzadas con creces por una gran película llamada “Avatar”. Una obra maestra que, desde mi arbitrario y antojado punto de vista, marcó un giro en la historia del cine.
Ese año, sin embargo, y sorpresivamente, el Óscar a mejor película fue otorgado a “The Hurt Locker”. No me pregunten el por qué. Aún hoy no lo entiendo, ni lo comparto. Y, precisamente, eso es lo que más me preocupa cuando veo que la misma directora de entonces, de la mano del mismo escritor, decide sacar una película con una temática muy parecida a la del 2008. Temo que este 24 de febrero, en la octogésima quinta entrega de los premios Óscar, y por esas extrañas razones que nunca entenderé, pase lo mismo.
Sin embargo, tengo fe en que esto no sucederá. Muy por el contrario, la Academia premiará, este 2013, la fantasía de una gran película como “Life of Pi”, o la meticulosidad histórica y artística de una película como “Lincoln”. Faltan apenas 25 días para saberlo. Ya lo veremos…
Otro tema llamativo que debo comentar en estas líneas, sobre todo para nosotros, los venezolanos, es el papel realizado por Édgar Ramírez en “Zero Dark Thrity”. Por un lado, resulta emocionante verlo aparecer en la historia justo cuando esta comienza a tornarse más interesante. Sin embargo, su papel “desaparece” y uno siente que tal vez ha debido estar allí hasta el propio final. Estoy seguro de que los venezolanos llegamos a “extrañarlo” desde su última intervención y hasta el último momento de la historia.
Pero su compañera, la nominada a Mejor Actriz, Jessica Chastain, sí aparece desde el inicio y hasta el final. Y, para ser completamente honesto, me sorprende sobremanera que haya sido nominada entre las cinco mejores del cine.
Ya a Jessica la conocíamos y la recordábamos con cariño desde de su tremenda actuación en “The Help”, una gran película en la cual nos ofrece una maravillosa representación de un personaje espontáneo, sin prejuicios, alocado y bondadoso, quien le da una oportunidad a una de las mujeres “de color” de la historia.  Para ese momento, Jéssica fue bien nominada como Mejor Actriz de Reparto.
Ahora, sin embargo, es nominada a Mejor Actriz Principal cuando, desde mi muy humilde punto de vista, considero que su personaje no cumple con esa “magia” que nos dejan en la memoria las actuaciones históricas reconocidas por el Óscar.
Jessica, en su papel de “Maya”, nos ofrece como gran “atractivo” la visión femenina dentro de un proceso bélico generalmente manejado por hombres. Hasta ahí. No creo que su papel nos haya dado mucho más que eso. Pienso que durante las dos horas de cinta, sólo son memorables tres momentos en su actuación. Primero: cuando desafía al jefe en un pasillo. Segundo: cuando dice una “grosería” durante una reunión del alto mando. Y, tercero: cuando nos regala su única lágrima, ya en la escena final de la Película.  Tres momentos buenos, pero (con todo respeto) jamás merecedores del Óscar a mejor actriz.
Habría tan sólo que cerrar los ojos y comparar esta actuación con la de Helen Mirren, por ejemplo, en su papel de La Reina en el 2006. O, para ser más justo, recordar a Julia Roberts en su papel de Erin Brokovich, mostrando el papel de una mujer en un mundo de hombres, en el 2000. O evocar a Natali Portman (Black Swan), a Kate Winslet (The Reader) o, por supuesto, a la gran Merryl Streep en cualquiera de sus tantas nominaciones.
Pero no sólo me hizo falta una mejor actuación protagónica en esta cinta. Me hizo falta también sentirme sorprendido, impactado, movido. La película es predecible en casi todos sus episodios. Basta tan solo con pensar en el momento en el que la compañera de Maya deja pasar a una de las posibles “pistas” en un viejo carro, aún en contra de las normas de seguridad. Todos sabíamos que el carro iba a explotar. Era obvio que allí había una bomba. Sin embargo, al parecer, los únicos que no lo pensaron fueron los 8 infortunados que murieron luego de la explosión.
Creo que el tema de la captura de Osama Bin Laden es de suficiente importancia para la Academia del cine de los Estados Unidos como para que esta historia sea tomada en cuenta. No lo critico. Pero, de allí, a que tenga un chance real, cinematográficamente hablando, lo dudo. Deja mucho que desear el tan solo suponer que esta película vaya a ser honrada como la más fecunda producción audiovisual de todo el año. No puedo siquiera imaginar que se repita la tortura que viví en el año 2008 cuando una película similar a esta, en casi todas sus características, se llevó (por encima de Avatar y de otras grandes historias), el premio Óscar a Mejor Película del año.
“Zero Dark Thirty”, finalmente, fue traducida al español como “La Noche más oscura”. En mi humilde opinión, y para dejarlo hasta aquí, sólo será “La noche más oscura” si llegara a repetirse el criterio utilizado en el 2008.
Sólo espero no tener que usar la frase que se dice cuando algo huele mal, cuando algo parece sospechoso: “Alguien aquí se está acostando con alguien”… De todo corazón, espero que este próximo 24 no sea “La Noche más Oscura” sino, por el contrario, una noche clara, donde triunfe el bien y donde celebremos por todo lo alto la opción maravillosa de premiar el logro de los mejores del cine.

lunes, 28 de enero de 2013

“Silver Linings Playbook” - El lado bueno de las cosas…


De esto, precisamente, se trata el Cine. De historias que nos mueven la vida. De historias que nos atrapan de forma desmesurada. De historias únicas e inusuales que no estamos acostumbrados a ver o a vivir en la realidad y que, justamente por ello, nos envuelven de principio a fin, dejándonos atrapados para siempre.
Pero, también, creo que el cine se trata de generar emociones intensas e impostergables, de esas que nos quitan el aliento y nos suben, y nos bajan, como en una montaña rusa.
Así, exactamente, es “Silver Linings Playbook” (El lado bueno de las cosas). Una película que nos hace reconciliarnos con el cine, con la Academia, con el amor y con la vida toda, en cada uno de sus sentidos.
“Silver Linings Playbook” cuenta la historia de Pat Solitano (interpretada por Bradley Cooper), quien sufre un tipo de bipolaridad no diagnosticada, gracias a la cual su vida se convierte en un desastre.
Su esposa lo ha traicionado con un profesor de historia al cual, Pat, luego de capturarlos “in fraganti”, le proporciona una violenta paliza que lo hace culpable de serios cargos judiciales, y lo obliga a acudir a una terapia psiquiátrica, y a ocho meses de rehabilitación.
Su papá (interpretado por Robert De Niro) es un supersticioso impulsivo, con notables problemas de ludopatía, que trata de ayudar a su hijo, muy a su manera.
Su hermano, se nos muestra como un abogado exitoso (como la “oveja blanca” de la familia). El perfecto. El incómodo punto de comparación que nadie quiere tener.
En este ambiente repleto de complejos “perfiles” psicológicos aparece un personaje que termina de cerrar el círculo de esta historia imposible de olvidar. Se trata de la hermana de la esposa de uno de sus mejores amigos de Pat. Su nombre: Tíffany (interpretada por Jennifer Lawrence).
Desde el propio primer plano en el cual la conocemos, Tíffany se nos presenta como una mujer joven y bella, arisca, desafiante y ligeramente trastornada, la cual confiesa ser así como consecuencia de la muerte de su esposo.
Esta “viuda moderna” capta la atención de Pat desde el primer segundo y ya, en adelante, es sólo cuestión de tiempo para hilar y construir una historia perfecta en actuaciones y situaciones inolvidables.
“Silver Linings Playbook” es una película cuyos fuertes son, si duda, el guión (sólido y extraordinario) y las actuaciones (groseras en veracidad y generación de empatía).
Esto hace que la cinta cuente en este 2013 con 8 nominaciones al Óscar: Mejor Película. Mejor Actor Principal. Mejor Actriz Principal. Mejor Actor de Reparto. Mejor Actriz de Reparto. Mejor Director. Mejor Edición. Y Mejor Guión Adaptado.
Debo confesar que si algo me cautivó sobremanera en esta cinta (lo cual por cierto extrañé en las nominaciones que recibió la película), fue el impecable y más que apropiado trabajo musical de la pieza.
Muy al estilo de “Juno” o de “Little Miss Sunshine” las selecciones musicales son, a mi parecer, joyas que alimentan la historia, con inflexiones sonoras en los momentos precisos. En todos. Incluyendo el abrazo final, que introduce los créditos de la película. Para mí, personalmente, la música le aporta un porcentaje determinante a esta gran pieza, razón por la cual me extraña que no haya estado nominada en ninguna de las categorías relacionadas a la música.
Sin embargo, pienso que la Academia del Cine cuenta este año con una extraordinaria película que podría llevarse varias estatuillas, entre las cuales están 3 de las 4 actuaciones nominadas.
Por un lado, Bradley Cooper, en su brillante papel de este loco y casi esquizofrénico protagonista que está obsesionado con la idea de rehacer su vida y así reivindicarse frente a la mujer de sus sueños (la misma que lo engañó con un profesor de historia en su propia casa). Un personaje fabuloso, que siempre dice lo que piensa, sin filtros, sin máscaras, porque el sentido común lo ha dejado a un lado para ser poco común y, de esta forma, más humano que nunca.
Por otra parte, Jennifer Lawrence, en su papel de esta loca y desinhibida viuda joven que parece haber entendido, con tan solo una mirada, que así como el amor se fue un día, también pudo haber llegado de vuelta. Una extrovertida y sensual mujer que pinta sus uñas de negro y que ha decidido regalar su cuerpo al primer postor porque el valor que alguna vez tuvo su piel ya carece de sentido. Una chica que desborda sus palabras de sinceridad, gritando lo que ya no puede callar. Y, al final, una soberbia actriz que nos sorprende con cada libreto, con cada parlamento, con cada participación y nos obsequia una impecable actuación repleta de carácter y temperamento.
En tercer lugar, la excelente participación de Robert de Niro, quien podría llevarse la estatuilla a Mejor Actor de Reparto en su papel del padre de Patrick, un viejo supersticioso, locazo también, capaz de apostar una fortuna ante una corazonada. Y no conforme con esto, aún luego de haber perdido, es capaz de duplicar la apuesta ante una corazonada aún menos racional.
En cuarto y último lugar, considero que Jacki Weaver (nominada a Mejor Actriz de Reparto en su papel de la madre de Pat), lo hizo muy bien. Una gran actuación. Sin embargo, creo que su papel no da, bajo ninguna circunstancia, lo suficiente como para llevarse el Óscar en esta oportunidad.
Al final, esta historia de amor entre dos personajes ligeramente tocados de la cabeza me hizo recordar algo hermoso que ya, en alguna ocasión, me enseñó la vida: y es que la única forma posible de limpiar el corazón es la distancia, la verdadera distancia, aquella de acuerdo a la cual decides alejarte para siempre de quien alguna vez estuviste atado en lo profundo.
Pat, por una orden judicial, tenía terminantemente prohibido acercarse a su ex-esposa, gracias a lo cual, luego de un profundo trabajo de distanciamiento y sanación, dejó abierta una puerta. Muchas veces debemos alejarnos para no sufrir, para curar heridas y, sobre todo, para seguir adelante…
Por último, debo confesar que haber visto el baile de Pat y Tíff estrujó mis sentimientos de una forma poco habitual. Ese momento mágico, cumbre, en el cual todo puede pasar, sumado a la música, a las actuaciones, a la historia, a la edición, a la dirección, hacen de “Silver Linings Playbook” una pieza maravillosa de esas que quedan allí amarradas en la memoria. Una película que, entre tantas otras cosas, me enseñó que las victorias en esta vida dependen de uno mismo, y no de aquello que los demás esperan que consigamos, o logremos. El triunfo, la felicidad, dependen única y exclusivamente de aquello que nosotros decidamos en lo más profundo de nosotros mismos.
Gran historia. Grandes actuaciones. ¡Gran película!

jueves, 24 de enero de 2013

“Life of Pi” - Un viaje triple hacia la magia eterna del cine.


Desde el primer segundo de la película, y hasta el propio final, en el minuto 119, “Life of Pi” narra un viaje. De hecho, en el último diálogo de la película comprendemos que se trata, no de uno, sino de dos viajes. Sin embargo, en lo personal, no creo que se trate ni de uno, ni de dos, sino de tres fascinantes viajes.
El primero, el de un joven de origen indio y el de un tigre de Bengala sobre un pequeño bote, mar abierto, buscando salvar sus vidas luego de un naufragio. El segundo, el viaje de un cocinero, un marinero y una madre. El tercero, y el más emocionante de todos, un viaje metafórico por los grandes momentos de la historia del cine.
En realidad, los dos primeros viajes los podrán ver, de forma natural, a lo largo de la película. Y, créanme, los disfrutarán enormemente. Porque se trata de una historia fantástica, de esas que llenan el alma y alimentan la imaginación para seguir soñando en positivo.
Sin embargo, hoy he venido a hablarles acerca del tercer viaje, una travesía interna a la cual nos expone Ang Lee al hacernos mirar dentro de nosotros mismos para hurgar en nuestro pasado y disfrutar la grandeza de nuestros propios recuerdos.
Dicho de otra forma, y desde mi muy humilde punto de vista, ver “Life of Pi” es pensar, inmediatamente, en gran parte de las mejores películas de la historia del cine.
Por ejemplo, es inevitable sentir que todo el hilo conductor de la película está conceptualizado de la misma forma como Robert Zemeckis lo hizo en Forest Gump. Un protagonista, fungiendo como estructura narrativa, cuenta de forma retrospectiva los momentos más resaltantes (buenos y malos) de su viaje. Con humildad. Con un dejo de nostalgia. Pero siempre con optimismo. Fue mágico sentir que en “Life of Pi” la locución pudo haber sido realizada, perfectamente, por Tom Hanks.
De la misma forma, se hace indefectible pensar en muchas otras películas e historias que se cruzan con esta nueva joya del cine moderno.
Titanic, por ejemplo, con sus pasillos inundados y la desesperación de quien vive un naufragio histórico, perdiendo a sus seres más amados.
El arca de Noé, por supuesto, porque ¿qué otra cosa puede evocar un gran barco que atraviesa el océano, en pleno diluvio, repleto de todas las especies animales conocidas en el planeta?
El Náufrago. Ávatar. Moby Dick. Big Fish. La Historia Sin Fin. Cada una de ellas con momentos claves que las representan y las hacen servir de puente para cruzar a una nueva conquista cinematográfica. La de Pi. La de Richard Parker. La de un joven indio y un tigre que, a fin de cuentas no son otra cosa que un espejo. Y ahí, precisamente, está la clave de la película.
El momento más hermoso de “Life of Pi” sucede cuando, al final, Pi le dice al periodista que lo visita: “Te conté dos historias. En las dos se hunde el barco el barco. En las dos pierdo a toda mi familia. Y en las dos sufro. ¿Cuál historia prefieres?”. De esto, precisamente, se trata esta película. De elegir cual historia de vida preferimos tener.
“Life of Pi” tiene 11 nominaciones al Óscar (la segunda más nominada después de “Lincoln”, que tiene 12). Once nominaciones de las cuales, por cierto, ninguna tiene que ver con actuación, lo cual es muy sorprendente. Esto da cuenta clara de que hay otros elementos en la historia, en la narración, en la fotografía, en el montaje, en la música, en los efectos visuales y en la dirección que destacan abiertamente y en los cuales debemos fijarnos para ahondar en el deleite. En ese placer puro y efímero que nos regala este arte que amamos.
Si en mis manos estuviese la opción de nominar esta película, “Life of Pi” en algún rubro, lo haría como Mejor Película Evocadora de Recuerdos. Porque así lo hizo. Porque así lo hace. Porque ver “Life of Pi” es recordar la magia de otras cientos de películas maravillosas con las cuales hemos crecido, llorado, reído y sufrido. Porque “Life of Pi” es, en pocas palabras, embarcarnos en un viaje triple hacia la magia eterna del cine.

lunes, 21 de enero de 2013

"Amour", una cachetada a la verdad.


Decidí comenzar mi viaje de este año, rumbo a la entrega 85 del Óscar, por una película que llamó poderosamente mi atención a causa de una sutileza de esas que me hacen amar el cine.
A pesar de ser una cinta extranjera, (y estar nominada este año en dicha categoría) esta historia es también una de las nueve nominadas a Mejor Película del año. Algo grande. Algo admirable. Algo digno de ser resaltado, especialmente pensando en todo lo que esto significa para una industria como la del cine norteamericano.
Esta hazaña, de hecho, ha sido alcanzada por muy pocas películas. Entre ellas, las más recientes, La Vida es Bella, El tigre y el Dragón y Cartas desde Iwo Jima, Pero, basta con imaginar la cantidad de intereses y dinero que mueve el cine de los Estados Unidos para comprender el mérito que representa estar nominada a Mejor Película del Año aún sin ser una película creada por la industria del cine de los Estados Unidos.
Para que se hagan una ligera idea de lo que les estoy hablando piensen que para el  2008 (hace ya casi 5 años) la industria del entretenimiento en los Estados Unidos generó unos beneficios de 726.000 millones de dólares, de los cuales gran parte provino de la Industria del cine.
Ahora bien, imaginen que en una industria de esta magnitud aparece una modesta película, filmada casi en su totalidad en un pequeño y desgastado apartamento de París, con un recatadísimo elenco principal de dos protagonistas y unos cuatro personajes secundarios y que, con una historia desprovista de efectos especiales, o grandes atractivos tecnológicos o sexuales, se cuela dentro de los nominados a Mejor Película del año en la octogésima quinta entrega de los premios Óscar. Una proeza que, la verdad, se dice muy fácil.
Pero no se trata de una proeza inesperada y, mucho menos, de un golpe de suerte. Estamos hablando, de acuerdo a mi humilde punto de vista, de una película de autor que rescata la esencia mágica del cine que no es otra que contar historias de formas únicas e inolvidables. Y esto, sin duda, lo logra “Amour”.
Para quienes no han tenido la oportunidad de verla, se trata es una película dirigida por el austríaco Michael Heneke, que cuenta la historia de un par de ancianos (Georges y Anne), profesores jubilados de música,  quienes ya, al final de sus vidas, viven una última y definitiva prueba.
Ella, durante una tarde cualquiera, sufre un ataque inesperado, luego del cual la mitad de su cuerpo queda totalmente paralizada.
Desde ese momento comienzan a activarse los mecanismos humanos a través de los cuales nos ponemos a prueba no sólo ante los demás sino, sobre todo, ante nosotros mismos. Ambos comienzan un camino que ya no tendrá marcha atrás.
De forma muchas veces anacrónica, y alternando los tiempos narrativos, vamos viviendo junto a los protagonistas los distintos momentos de sus últimos días de vida.
Anne comienza a exteriorizar la amargura, la rabia, la desesperación y la vergüenza de quien se transforma en alguien (o en “algo”) completamente diferente de lo que fue. Georges inicia un camino hacia el desgaste, la incomprensión y el desespero que culmina en el límite más cercano de lo que conocemos como “absurdo”.
Ambos, de la mano del director austríaco, nos colocan como espectadores, a padecer en carne viva el proceso de deterioro de Anne a través de largos planos secuencia y de un ritmo narrativo que, de alguna forma, nos hacen experimentar la velocidad que adquieren las personas mayores en su día a día: lento, repetitivo, desesperante.
La película llega a resultar desoladora, triste y la historia se nos vuelve lamentable, árida, fúnebre.
Sin embargo, se nos hace imposible quitar la mirada de la pantalla. Las razones: infinitas. Una fotografía impecable. Un humor casi sádico. Una acción que prácticamente flota en cámara lenta frente a nosotros y nos obliga, muy a pesar del ritmo atípico al que nos expone, a estar siempre enfocados, atentos, alertas, esperando la caída, o el golpe…
Entonces, Heneke nos sorprende con acciones humanas casi impensables, pero reales al fin. Nos impresionamos. No vemos afectados. Y no dejamos de pensar ni un segundo qué será de nuestras vidas cuando nos llegue el momento de la verdad, cuando ya la vida se esté despidiendo de nosotros.
En cuatro palabras: una joya del cine.
Siendo honesto, intuyo que para las nuevas generaciones “Amour” debe resultar una película lenta, gris, casi inentendible. Sin embargo, hoy me atrevo a asegurar que para los jóvenes debe también constituir un reto, una forma de comenzar a ver la vida de otra manera.
Para mí, en lo personal, representó una pieza compuesta por momentos únicos en el cine, de esos con los que se construye la historia de este arte que amamos. Significó, también planos memorables, actuaciones que erizan la piel, que marcan, y una historia feroz que estoy seguro será difícil de olvidar.
Pero, sobre todas las cosas, “Amour” significó para mí desvestir la verdad de la vida y dejarla allí, frágil, al aire libre… Representó una manera contundente de quitarnos la máscara que nos cuesta aceptar que tenemos para entender frente a qué estamos parados. Amour, para mí, fue casi una revelación. Un desnudo. Una cachetada a la verdad.

A 32 días de la mejor noche del año…


Falta poco más de un mes. 32 días, para ser más exacto. Un mes y un día, tan solo, para que, quienes amamos profundamente esas historias que nos regala el cine, podamos disfrutar de la mejor noche del año. La noche más esperada. La noche que más disfruto de entre todas las 365 del calendario.
Una noche que, por cierto, nada tiene que ver con placeres físicos, sino más bien con aquel tipo de encanto o de gozo que llena el alma, que alimenta el intelecto y que nos inunda de arte.
A un mes de la octogésima quinta entrega de los premios Óscar (los más importantes dentro de la compleja y multimillonaria industria del Cine de los Estados Unidos) comienzo este recorrido por la historia del séptimo arte y, más específicamente, por las historias contemporáneas de aquellas películas que han llegado a nuestras vidas para, generalmente, quedarse en algún lugar. Perdidas, muchas veces. Atascadas. Aferradas. Ancladas. Y, otras, sencillamente, tatuadas para siempre.
Este año son nueve las cintas nominadas a “Mejor Película”. Las hay para todos los gustos. Desde la historia de un par de octogenarios que debe aprender a manejar sus últimos años de vida y su “Amour”, pasando por historias de conflictos diplomáticos en Irán, huracanes, esclavos, aventuras, presidentes, trastornos bipolares, hasta llegar a la persecución de quien fuera el terrorista más despiadado de la historia de la humanidad.
De todas estas, sólo una película será enaltecida como el mejor testimonio cinematográfico y artístico del año 2012. Y nosotros, cotufas en mano, estaremos allí, frente a nuestros televisores, para presenciarlo, en vivo y directo. Para degustarlo. Para atesorarlo en la memoria…
Decidí abrir este blog para compartir con ustedes mis impresiones sobre cada unas de las películas que forman parte de esta carrera hacia la octogésima quinta entrega de los premios más importantes del cine. Al menos esa fue la excusa…
Pero también será, indefectiblemente, un espacio a través del cual podremos volver a aquellos temas que nos provoque evocar o analizar para seguir nadando en estas aguas cambiantes y muchas veces saladas del mundo del cine. Estadísticas, records, curiosidades, datos, historias y todo aquello que nos lleve a vivir o a revivir esa magia que sólo podremos palpar a través de la gran pantalla.
Esta historia apenas comienza…
¿Estás preparado?