lunes, 21 de enero de 2013

"Amour", una cachetada a la verdad.


Decidí comenzar mi viaje de este año, rumbo a la entrega 85 del Óscar, por una película que llamó poderosamente mi atención a causa de una sutileza de esas que me hacen amar el cine.
A pesar de ser una cinta extranjera, (y estar nominada este año en dicha categoría) esta historia es también una de las nueve nominadas a Mejor Película del año. Algo grande. Algo admirable. Algo digno de ser resaltado, especialmente pensando en todo lo que esto significa para una industria como la del cine norteamericano.
Esta hazaña, de hecho, ha sido alcanzada por muy pocas películas. Entre ellas, las más recientes, La Vida es Bella, El tigre y el Dragón y Cartas desde Iwo Jima, Pero, basta con imaginar la cantidad de intereses y dinero que mueve el cine de los Estados Unidos para comprender el mérito que representa estar nominada a Mejor Película del Año aún sin ser una película creada por la industria del cine de los Estados Unidos.
Para que se hagan una ligera idea de lo que les estoy hablando piensen que para el  2008 (hace ya casi 5 años) la industria del entretenimiento en los Estados Unidos generó unos beneficios de 726.000 millones de dólares, de los cuales gran parte provino de la Industria del cine.
Ahora bien, imaginen que en una industria de esta magnitud aparece una modesta película, filmada casi en su totalidad en un pequeño y desgastado apartamento de París, con un recatadísimo elenco principal de dos protagonistas y unos cuatro personajes secundarios y que, con una historia desprovista de efectos especiales, o grandes atractivos tecnológicos o sexuales, se cuela dentro de los nominados a Mejor Película del año en la octogésima quinta entrega de los premios Óscar. Una proeza que, la verdad, se dice muy fácil.
Pero no se trata de una proeza inesperada y, mucho menos, de un golpe de suerte. Estamos hablando, de acuerdo a mi humilde punto de vista, de una película de autor que rescata la esencia mágica del cine que no es otra que contar historias de formas únicas e inolvidables. Y esto, sin duda, lo logra “Amour”.
Para quienes no han tenido la oportunidad de verla, se trata es una película dirigida por el austríaco Michael Heneke, que cuenta la historia de un par de ancianos (Georges y Anne), profesores jubilados de música,  quienes ya, al final de sus vidas, viven una última y definitiva prueba.
Ella, durante una tarde cualquiera, sufre un ataque inesperado, luego del cual la mitad de su cuerpo queda totalmente paralizada.
Desde ese momento comienzan a activarse los mecanismos humanos a través de los cuales nos ponemos a prueba no sólo ante los demás sino, sobre todo, ante nosotros mismos. Ambos comienzan un camino que ya no tendrá marcha atrás.
De forma muchas veces anacrónica, y alternando los tiempos narrativos, vamos viviendo junto a los protagonistas los distintos momentos de sus últimos días de vida.
Anne comienza a exteriorizar la amargura, la rabia, la desesperación y la vergüenza de quien se transforma en alguien (o en “algo”) completamente diferente de lo que fue. Georges inicia un camino hacia el desgaste, la incomprensión y el desespero que culmina en el límite más cercano de lo que conocemos como “absurdo”.
Ambos, de la mano del director austríaco, nos colocan como espectadores, a padecer en carne viva el proceso de deterioro de Anne a través de largos planos secuencia y de un ritmo narrativo que, de alguna forma, nos hacen experimentar la velocidad que adquieren las personas mayores en su día a día: lento, repetitivo, desesperante.
La película llega a resultar desoladora, triste y la historia se nos vuelve lamentable, árida, fúnebre.
Sin embargo, se nos hace imposible quitar la mirada de la pantalla. Las razones: infinitas. Una fotografía impecable. Un humor casi sádico. Una acción que prácticamente flota en cámara lenta frente a nosotros y nos obliga, muy a pesar del ritmo atípico al que nos expone, a estar siempre enfocados, atentos, alertas, esperando la caída, o el golpe…
Entonces, Heneke nos sorprende con acciones humanas casi impensables, pero reales al fin. Nos impresionamos. No vemos afectados. Y no dejamos de pensar ni un segundo qué será de nuestras vidas cuando nos llegue el momento de la verdad, cuando ya la vida se esté despidiendo de nosotros.
En cuatro palabras: una joya del cine.
Siendo honesto, intuyo que para las nuevas generaciones “Amour” debe resultar una película lenta, gris, casi inentendible. Sin embargo, hoy me atrevo a asegurar que para los jóvenes debe también constituir un reto, una forma de comenzar a ver la vida de otra manera.
Para mí, en lo personal, representó una pieza compuesta por momentos únicos en el cine, de esos con los que se construye la historia de este arte que amamos. Significó, también planos memorables, actuaciones que erizan la piel, que marcan, y una historia feroz que estoy seguro será difícil de olvidar.
Pero, sobre todas las cosas, “Amour” significó para mí desvestir la verdad de la vida y dejarla allí, frágil, al aire libre… Representó una manera contundente de quitarnos la máscara que nos cuesta aceptar que tenemos para entender frente a qué estamos parados. Amour, para mí, fue casi una revelación. Un desnudo. Una cachetada a la verdad.

1 comentario:

  1. Espero llegue pronto a Venezuela...mientras disfruto de Argo muy buena opción.....saludos men

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