sábado, 2 de febrero de 2013

"Django Desencadenado" - Tarantino en su más depurada y obscena expresión


“Django Desencadenado” es, para decirlo de forma simple y concreta, Tarantino en su más depurada y obscena expresión. Cínica. Desenfadada. Escandalosa. Desinhibida. Genial. Es, en resumen, una historia repleta de personalidad cinematográfica en la que su director hace, sencillamente, lo que le da la gana.
Esta, sin duda, es la mejor forma que encuentro para resumir lo que significó para mí esta gran película vanguardista, con clara esencia de Comic, que nos traslada a 1858, un poco antes de la Guerra Civil de los Estados Unidos, para contarnos la historia de Django, un personaje único y profundamente complejo.
Como he escrito en otras oportunidades, pienso que el buen cine, ese que se queda en la memoria y en el alma de la gente, es aquel que se desborda de personalidad, que cuenta historias extrañas, fascinantes, diferentes y, sobre todo, que nos presenta ficciones memorables. Todo esto, sin duda, podemos vivirlo y sentirlo en “Django Desencadenado”.
Estamos hablando de lo que yo llamaría una película “redonda”. Una producción que cuenta con un elenco de lujo (Jamie Foxx, Leonardo Di Caprio, Christoph Waltz y Samuel L. Jackson), con excelentes interpretaciones, con un guión muy original, con una fotografía de gran nivel, con una musicalización de esas que marcan la diferencia y, además, con una colorida personalidad cinematográfica: la de Quentin Tarantino.
Así, “Django Desencadenado” obtuvo cinco nominaciones para la octogésima quinta entrega de los premios Óscar: Mejor Película, Mejor Actuación de Reparto (Christoph Waltz), Mejor Guión Original, Mejor Edición de Sonido y Mejor Fotografía.
De estas cinco nominaciones, pienso que la más vulnerable es la de Mejor Fotografía, no porque no haya logrado un trabajo impecable fotográficamente hablando, sino porque “Life of Pi” y “Lincoln” la superan de forma evidente. Esto sin contar con Anna Karenina y Skyfall, las cuales aún no he visto.
De resto, esta historia se dará el lujo de contar, para este próximo 24 de febrero, con cuatro grandes posibilidades de obtener los premios más importantes del mundo del cine.
En principio, Christoph Waltz  podría perfectamente llevarse el Óscar a Mejor Actor de Reparto luego de regalarnos una brillante interpretación de este “cazarecompensas” que se cruza en el camino de un esclavo llamado “Django” a quien decide dar la oportunidad, no sólo de ser libre; sino, además, de recuperar al amor de su vida.
Christoph Waltz, sin embargo, no la tendrá nada fácil, pues compite en lo que, a mi parecer, será una de las categorías más reñidas de este año. Sus rivales (nada más y nada menos): Alan Arkin, Robert De Niro, Philip Seymour Hoffman y Tommy Lee Jones.
Por otro lado, “Django Desencadenado” podría ganarse el Mejor Guión Original, con esta historia sorprendente, aunque tendrá que medirse con guiones impecables como, por ejemplo, el de la obra maestra austríaca “Amour”.
También podría llevarse el Óscar a Mejor Edición de Sonido, sobre lo cual debo destacar el recurso magistral que utiliza Tarantino al cortar (o interrumpir) las canciones de forma inesperada, en momentos no tradicionales, dejándonos en tensión cuando menos lo imaginamos).
Igualmente, sobresale el efecto de sonido de la sangre en las escenas finales. Uno siente que la sangre, aunque parezca imposible, suena diferente al agua, o al café. Hasta eso logra Tarantino quien, además, llega a musicalizar la cinta con un Rap, burlándose de todos nosotros, como diciéndonos: “No importa que estén viendo una historia del siglo XIX, yo quiero poner un rap, que es la música que me conecta con la raza negra, y listo”. De nuevo, Tarantino hace lo que le da la gana. Y, lo peor del caso: lo hace fabulosamente bien.
Finalmente, la historia de este “hombre desencadenado” tiene todos los elementos para llevarse el premio a Mejor Película del año, aunque la verdad no creo que suceda. Y no es que no lo crea porque no lo merezca, sino porque al menos dos de sus contrincantes se perfilan de forma contundente para llevarse ese Óscar.
Algo que me sorprendió sobremanera, luego de haber visto esta gran producción, es que Tarantino no haya entrado en el grupo de los cinco “mejores” directores del 2012. Están Spielberg, Haneke, Zeitlin, Lee y Russel. Pero Tarantino no está. Pienso que este año La Academia, de forma inmerecida, se lo saltó.
En “Django Desencadenado” resaltan todo tipo de pinceladas Tarantianas. Mencionaré tan sólo cinco de ellas, para defender mi respaldo a este director loco que ha parido el cine. Huellas digitales de su autoría que imprimen un sello indiscutible y comprueban su paso por el set.
1. Los “zoom in” y “zoom back”, por ejemplo, (provenientes del Comic) que le dan carácter y personalidad a la pieza.
2. La tipografía roja y gruesa, repleta de informalidad, que utiliza desde los créditos iniciales, pasando por los anuncios a mitad de película y hasta llegar a los créditos finales.
3. Los personajes. Diferentes. Caricaturescos. Hiperbólicos. Rayando siempre en lo inverosímil, pero dándose el lujo de no llegar a serlos del todo, jamás.
4. Las escenas sangrientas (a pesar de que ya todos estamos prevenidos y esperándolas, porque sabemos bien quién es Quentin Tarantino). El rojo intenso nos hace recordar a Pulp Fiction, y a Kill Bill. Llegamos al punto de “deleitarnos” en un plano detalle donde unas flores impecablemente blancas se manchan de sangre luego de un disparo certero.
5. El tratamiento psicológico que desarrolla Tarantino con sus personajes, quienes “cumplen” un papel dentro del papel mismo que están cumpliendo como actores en la historia.
Tarantino, en este sentido, plantea una suerte de Metaficción, o Metateoría, parecida a la que alguna vez nos regaló Leonardo DiCaprio en “Catch me if you can” donde, a medida que transcurría la película, él iba cambiando su papel dentro del papel que cumplía de ser actor de una película. Un círculo infinito. Una “Banda de Moebius”.
Este, sin lugar a dudas, es otro gran acierto de Tarantino en “Django Desencadenado”, donde se da un juego más allá del juego (o metajuego) entre el histrionismo de los personajes y el histrionismo de los actores.
Django era Django (un esclavo declarado libre), pero también era un esclavista jugando al papel de indolente para fingir frente a los blancos y así pasar “desapercibido”. De hecho, su compañero le dice “Creo que te has metido demasiado en tu personaje”, lo cual habla de una metateoría evidente y casi maquiavélica.
Es tanto lo que Django se involucra con su personaje que, aún pudiéndolo evitar, permite que cinco perros devoren a un negro esclavo que bien pudo haber sido él. Igualmente sucede con el “cazarecompensas” quien, a pesar de ser un insensible mercenario, juega al papel de querer comprar un luchador sólo para rescatar a una mujer negra.
En palabras llanas, y siendo muy honesto con lo que pienso, Tarantino es un sádico del cine que logra lo que muy pocos han logrado: ir siempre un poco más allá de nosotros. Pero, además, y por encima de todas las cosas, Tarantino logra desligar la vida del arte y el arte de la vida.
Esto me hace recordar a tres grandes escritores que expresaron en la literatura lo que Tarantino lleva a la gran pantalla: el desligar la vida del arte y el arte de la vida. Todorov dijo alguna vez: “La mierda escrita no hiede”. Porque nunca será lo mismo lo que vemos en nuestra realidad que aquello que imaginamos en la realidad del arte.
Por su parte, Óscar Wilde, escribió alguna vez: “Los textos no son morales, ni inmorales. Están bien o mal escritos”. Porque de eso se trata el arte: de formas… formas que pueden o no ser hermosas, y esa hermosura es medible por ser humanos imperfectos y cambiantes.
Finalmente, el Marqués de Sade lo demostró en toda su literatura erótica, rechazando que lo culparan de inmoral por aquello que sólo era tinta en un papel. Estuvo preso por recrear historias diferentes, inéditas, escandalosas, pero que sólo pertenecían al espacio del arte…
En lo particular, considero que esta película es una joya moderna. La recomiendo ampliamente. Quentin Tarantino juega con nosotros durante dos horas y cuarenta minutos, para dejarnos al final con una extraña sensación de satisfacción y placer.
Tanto es así que, antes de despedirnos, él mismo se viste de personaje e interpreta un papel en la historia. Pero, ¿qué hace Tarantino ahí, actuando en su propia película? Muy sencillo. Además de llevar a los esclavos en su carruaje, él lleva la historia en sus manos y con ella, en pocas palabras, nos lleva a nosotros también, por los caminos que mejor le parece, haciendo literalmente lo que le da la gana con nosotros.
Ahora bien, antes de cerrar estas líneas, se me antoja una última pregunta: ¿Qué demonios representa Django? ¿Qué nos trata de mostrar este Tarantino todopoderoso al presentarnos la vida de este negro en tiempos de esclavitud, que un buen día recibe la libertad y, con ella, el ímpetu y la valentía para cambiar la historia de los hombres? ¿El poder “negro” en un mundo cambiante? ¿La reivindicación de una raza menospreciada y vulnerada por siglos? ¿La libertad? ¿La emancipación?
No lo creo. La verdad, intuyo que se trata de algo mucho más sencillo y mundano. Tal vez, simplemente, Tarantino sólo quiso jugar con nosotros un rato y, así, la película no es más que una expresión lúdica de un genio, muchas veces incomprendido, del cine norteamericano. Tal vez esta película no se trate sino, tan sólo, de un Tarantino en su más depurada y obscena expresión.

1 comentario:

  1. Particularmente no me impacto..buena actuación la del actor que hace de DYANGO

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